domingo, 12 de julio de 2015

Sábado noche.

Volvíamos a hablar de sueños y de ideas que escapaban siempre de lo material. Volvíamos a hablar de cómo cambiariamos el mundo.

Teníamos mil teorías, bien fundamentadas y razonadas, que terminaban siendo rechazas por el único hecho de que eran, prácticamente hasta hoy y desde nuestra percepción únicamente material del mundo, imposibles.
Pero no dejábamos de defender nuestras grandes utopías.

Estuvimos de acuerdo en pocas cosas pero finalmente y después de largos debates, decidimos que queríamos un mundo sin el gen de la violencia. Nos conformábamos con eso.

Pero para lograr el objetivo era necesaria una inteligencia superior que nos alterase genéticamente o bien, que nos hiciese capaces de satisfacer todas nuestras necesidades para ser completamente felices y no tener razón para la violencia.

Nos volvíamos a dar cuenta de lo realmente complicado que sería cambiar el mundo. Que éramos una pieza más de ese puzzle irregular e imcompleto.

Él decía que nuestro destino ya estaba escrito, no sabía en donde, por lo que decidió que circulaba por una especia de psique o cosmos, y que cualquier decisión indirectamente nos conduciría allí. Pero no seríamos conscientes, por lo que no querríamos cambiarlo.

Dejamos una maraña de ideas flotando en el aire, hablamos de irnos a vivir a otro planeta pero sólo si él me acompañaba a conocer este, hablamos de las guerras que aún tenemos que ver terminar, y hablamos de cómo nos veíamos dentro de 5 años, y lo único que teníamos claro es que nos veíamos viviendo juntos en un pisito y con el dinero suficiente para tirar siempre para delante.

Volvíamos a hablar de sueños mientras contabamos las estrellas que poco a poco dejaban de ser inalcanzables.