viernes, 16 de octubre de 2015

Carta a todas mis catástrofes.

Vengo a desprenderme de ciertas actitudes que jamás me permitieron avanzar. Como mi capacidad de autodestrucción. O de mi inconsciencia ante la mayoría de los actos que cometo en mi vida, pensando que no hago daño a nadie porque para mí no tienen la más mínima importancia, y en consecuencia, vengo a despedirme de mi egoísmo.  

Un egoísmo que se mueve por impulsos, arrepentido cada domingo o cada vez que me miro al espejo y no me reconozco. 

Vengo a despedirme de la huida constante conmigo de mi misma, porque es frustrante y a la vez imposible. De mis innumerables intentos de cambio. De mis crisis cíclicas.
Vengo a encontrarme a mi misma.


Me he dado cuenta de que no sé querer, de que he estado mucho tiempo esperando algo que nunca ha llegado y que en el fondo sabía que no lo haría, pero me conformaba. Llevo conformándome mucho tiempo en todos los aspectos de mi vida, aplazando objetivos y dejando atrás sueños o aventuras por pereza. Porque al fin y al cabo, así estaba bien. Para qué esforzarse más. 

Vengo a despedirme de las relaciones serias, primero tengo que aprender a querer, a quererme. No quiero tropezar otra vez con la misma piedra y repetir los errores que llevo cometiendo desde que tengo quince años y decidí apegarme a alguien. 

Hoy digo adiós a pasar todos los días fuera de casa haciendo cosas que no debería, a la sensación de sentirme perdida, a la parte más dependiente de mí.  

Digo adiós a esta culpabilidad que me arrastra hasta la boca del lobo.

Ayer te dije adiós a ti y hoy se lo digo a lo que solía ser contigo. Tengo que aprender a dejar de esconderme entre tus brazos, entre tus sábanas, cada vez que la cosa se pone fea.

Dejar atrás esa necesidad que yo misma me he creado, porque tú me hacías soportarme. Me hacías fuerte, libre e independiente.
Tengo que aprender a estar sin ti, a estar conmigo y esto último es algo de lo que me muero de ganas. Y de miedo.  




Adiós, adiós, adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario