domingo, 6 de abril de 2014

Para Blanca Ugarte.

La conocí en Malasaña mientras se convertía en la musa de todos los poetas que bebían frustrados en la esquina de aquel bar. Iba borracha y tarareaba una canción a pleno pulmón. Me pareció reconocer a Calamaro de entre las notas que salían de su boca. Era de esas chicas a las que Joaquín Sabina dedicaría una canción.
Su culo era venerado por toda la población masculina de aquel bar, me volvía loco.
Despertaba algo raro en mi, tal vez nunca llegué a conocerla. Aún me pregunto el porqué de su sonrisa, si sus ojos no tardaban en desmentirla.
La chica de la biblioteca con un trastorno bipolar, la chica que bebía vino tinto aquel noviembre en el que no se cansó de soñar. La chica que se mordía las uñas, que no dudaba en cagarse en todo si era necesario. La chica de los rizos que simbolizaban el caos en el que se había convertido mi vida.
Ella. Ella era auténtica y yo un auténtico imbécil a su lado.


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